lunes, 23 de junio de 2008

Adiós, mujer hermosa.




TE AMO.
Descansa en paz, abuela.


Adiós, mujer hermosa
Emprende el vuelo hacia lo alto
Eres libre de dolor, madre mariposa.
Ve y deleita con tu luz a otros seres
Embístelos de besos, y de rosas
Llévales tu alma de alegría
Cántales la misma tierna nota
Que cantabas para mi, cada mañana.
Enséñales tu amor gigante, puro
Brinda tu sonrisa en otros rumbos,
Esa que recreo al infinito en mi memoria.
Oh tú, mujer hermosa de alas blancas
Eres mi recuerdo más preciado
Cuando el eco de tu risa
Retumbaba en los pasillos
Y cada vez miro a todos lados
Y veo esplendorosa tu sonrisa.
Hoy se visten mis ojos de tristeza
Al sentir que tu presencia se me escapa
Cuando tu corazón se dilató de repente
Como un océano vasto, profundo
Encharcado entre sus aguas.
No pude despedirme de tus manos
Ni de tu pelo negro, o de tus ojos.
Sólo espero que sepas cuanto te he amado
Y te amare hasta morir, mujer hermosa.

jueves, 12 de junio de 2008

[Sin título]

Extendió sus alas y cantó la oscuridad. Con una sola nota emanó de su boca la noche. Empolvado y amarillo abrió la puerta con violencia y se quedó paralítico por unos segundos, contraído, a unos pasos del marco redondeado, como quien busca presuroso a alguien que se escapa a hurtadillas. Ya empezaba a preocuparme cuando súbitamente inició una danza sensual, oscilando las caderas de izquierda a derecha y viceversa. Me divertía aquella escena, pues nunca hubiese imaginado que pudiese bailar semejante bolero desde el día en que estaba conmigo. Pero las oscilaciones fueron en aumento, de forma tal que se convirtieron en sacudidas: de atrás hacia delante, de arriba hacia abajo, hacia los lados, enérgicas, estrepitosas, como si de repente se hubiese vuelto loco, hecho que hubiese creído cierto a no ser porque portaba el mismo semblante afable, sereno, sonriente. Mas el mío pasó de la diversión a la angustia. Tenía cuarenta y cinco segundos de retraso y no me hablaba. Luego de salir de su inexplicable euforia regresó a la parálisis, ahora flácida, porque su cabeza colgaba de su cuerpo y estaba tumbado hacia su lado derecho. Sus ojos, aunque al revés y perdidos, lanzaban miradas inquisitivas buscando las mías, y otras veces, a las esquinas pálidas de la habitación poco iluminada para atrapar fantasmas que dispuso, uno por uno, en forma de espejos ante mis ojos, como sombras que me persiguieron en el curso agónico de esos segundos febriles. Con una sola nota emanó de su boca la noche, noche que parió retrasada con un único grito de cansancio, mitigante y deformado. Y yo, diluida en su sepulcro, en su miasma modesto y tímido a aceite lubricante y cables quemados, olvidaba que ya estaba dos minutos tarde.