domingo, 12 de agosto de 2007

Confesiones de una vida en agonía.

Me atraparon los recuerdos
como si fueran manos
y en ellas dardos empuñados,
dardos que apuntan exacto al corazón.

Y es que hace días
que la tristeza tocó mi puerta
llegó con sus maletas, sus alhajas
y sus trapos desteñidos,
con su vendaval de emociones y cenizas.

Se instaló así, despacito,
en mis paredes quebradizas
e invadió la humedad de mis ojos
y mi cara salada.
Se somatizó en mi dolor de pecho
y en mi alma resquebrajada.

Pero esta vez me juró
con una mirada tajante
y directo a los ojos,
que venía para quedarse,
talvez para siempre.

Mientras ellos, mis ojos,
se perdían en la noche
oscura y deslunada,
mis taciturnos ojos
y negros, y rojos.

Con voz deliberada,
como si ya se sentía mía
me aseguró otros infortunios,
otras desventuras,
otras penas malvenidas.

Como quien presiente su condena,
oí sus pasos, a mis espaldas
desde el corredor hasta mi alcoba,
buenas noches, soledad.

Llegó radiante, implacable
como si ya se supiera el camino
o hubiera llegado a casa.
Pero ésta se instaló enseguida,
también con maletas y alhajas,
llevaba el mismo viejo olor
a rosas de mortuorio
y el mismo vestido largo,
tipo burka árabe o monja católica.

Tras mirarse frívolas y cómplices
me sonrieron, me abrazaron
y se acostaron conmigo
en noches eternas,
noches de frío existencial
de frío desamor.

Me ahogaron en recuerdos de migajas
de un amor pasajero,
al compás de una vana lucha
de caer en profundos letargos no-pensar.

Pero ¡oh! tiernas incesables
que siempre vienen a rescatarme
y a hundirme sobre la cama, otra vez
entre sollozos y lágrimas, otra vez
y al lado de la almohada enmohecida.
Otra vez, sobre noches caleidoscópicas.

Desde entonces
el día no volvió a ser día,
se resumió en noches.
Pero ah ¡qué noches!
Noches de soles -sin besos, ni flores-
Noches de se buscan distracciones
Noches de asperezas y abstracciones
Noches aguijoneadas de recuerdos
Noches de luna, o deslunadas
Noches de insomnio y desvarío
y con tristeza y soledad,
y sin misterios, ni mar
ni triángulos, ni rombo.

Y cuando llega la noche
aquella que es eterna y es oscura,
el frío hace crujir mis huesos,
así lentito voy muriendo,
y ellas se acuestan a mi lado,
recordándome que aunque me vaya,
o me quede,
seguiré estando sola.

Ya no me levanto a ver las madrugadas,
ni el ocaso, ni el espejo.
Solo siento que llueve un océano,
y que lloverá mucho tiempo
hasta que deje de doler.

1 comentario:

*ŠöLö_päLäß®ä§* dijo...

Este post me llego!! me siento en gran parte identificada con el...